Dejando pasos invisibles en las calles. Sentado bajo luces tenues en los espacios que huelen a café, cerveza y música. Reflejos en el cristal de las tazas, en los espejos marcados con anuncios. Madera envejecida o vieja madera que absorbe alientos, gotas y palabras. Tantas voces como vidas infinitas, tantas personas que algún día coincidieron. Un café tras otro. Una cerveza tras otra o una pinta y la música que impregna cada rostro, que baña cada metro cuadrado del espacio, sin que puedas hacer nada para impedirlo. Un mundo que vive y muere cada noche al subir o bajar la verja, al apagar las luces, al callar las bocas, al hablar el silencio, cuando todo se funde y se confunde en la oscuridad. Los nombres de las etiquetas son los libros de los que buscan olvidar y los diálogos son entre clientes y la camarera, uno tras otro, que se quedan en nada al ser servidos. El desenlace ocurre tras el cierre de la puerta. Sonidos tranquilos, notas de la tierra, sus gentes. Pulsaciones de cuerdas y aire en instrumentos. Noches que transformar en canciones, sensaciones que plasmar en otras. Miradas que se encuentran, se pierden, se esconden y se cierran para soñar despiertas. No sé qué busco, pero tal vez encuentre algo… o nada. Tampoco sé si me espera algo. En este instante y espacio el tiempo se detiene o no importa qué pase. Sólo estoy en donde quiero, donde todo y nada tiene sentido o lo es todo, donde puedo estar sin tener que dar explicaciones.
Alejandro Guillán
27 Infinitos