Todavía no ha llegado.
El tiempo pasa enfermizo, lento.
Todo lo inunda el silencio de la casa
y el ruido lejano del tráfico.
Mis ojos recorren cada palmo de cada cuarto
y descubre detalles ignorados,
que mezclan la alegría, dolor, tristeza y el amor
en una amalgama de ropa,
muebles
y fotografías.
Llaman a la puerta.
¿Ella?
No, otro rostro desconocido,
que te vende a Dios y a su madre,
en un lote, por sólo 49,95 euros,
dándote el Kama Sutra visual como gratuito regalo.
Lo compro.
¿Por qué?
Por que me sale de…,
me apetece
y por darle envidia al puñetero vecino.
A morirse de gusto escuchando tras la pared.
El correr del día y aún sin ella.
Una ducha fría,
café caliente,
arreglar un poco la casa,
escuchar la SER,
M.80…
¡Yo que sé!
Voy al baño.
Una llamada.
¿Ella?
Un momento, ahora voy… ¡Ya!
Abrir la puerta y descolgar…
Comunica, demasiado tarde.
¿Sería ella?
Los nervios me alteran.
¿Llegará?
¿Y si le ha pasado algo?
¿Y si le ha atropellado un tren?
¿Y si la han raptado?
¿Y si la han abducido?
¿Y si…?
¡Hostias! Tranquilízate.
Es tarde, es tarde y no está.
La policía,
los hospitales,
la familia…
mi agenda,
descuelgo,
marco.
Un ruido de llaves,
la puerta,
cuelgo.
Ella, es ella.
Estaba viva
Había llamado ella.
Perdió el bus,
llegaba un poco tarde.
La deseo,
me desea,
nos deseamos,
lo deseamos.
Sudor, noche, oscuridad, gemidos.
Abrazos literarios.
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